domingo, 16 de septiembre de 2012

2666, de Roberto Bolaño



Ya llega Bolaño jodiendo: tenía yo mi blog perfectamente maquetado y no puedo poner el título de su póstuma novela en mayúsculas delante de su nombre, como suelo hacer con las reseñas. Y es que Bolaño es así. Te lees “Cómo no escribir una novela” de Mittelmark y Newmann y puedes hacer una lista de casi todos esos errores en 2666, pero mágicamente, funcionan, y conspiran contra el lector para que acabe aceptando que la literatura es otra cosa muy diferente que una receta de cocina.

2666 es largo. No tiene 2666 páginas, sino 1119, las suficientes para convertirlo en un auténtico mastodonte. En realidad esto se debe a que son 5 pequeñas (algunas no tan pequeñas) novelas entrelazadas. No todas son del mismo género: una es humorística, otra filosófica, dos son al estilo “americano” (periodismo y asesinatos), y la última es una especie de biografía. La trama gira alrededor de un escritor llamado Archimboldi que nadie conoce, que se esconde de sus “fans” (eruditos investigadores) y cuyo rastro se pierde en el desierto de Sonora, en una ciudad donde abundan los asesinatos rituales de mujeres. Lo cierto es que el nombre de Archimboldi ya aparece en “Los detectives salvajes” (hasta donde yo he leído, Luis Sebastián Rosado comenta que debía ir a una reunión con J. M. G. Arcimboldi —sin la hache— “un novelista francés”, aunque en 2666 se deja claro que es teutón) y no nos deben extrañar las notas finales del editor cuando desvela ciertos detalles del final de 2666, puesto que por desgracia, Bolaño murió antes de terminar la novela. Así que a lo mastodóntico del libro, a esa historia y esa prosa que atrapa mucho más que “Los detectives salvajes”, hay que añadir el encanto de las obras de arte sin acabar. Esos puntos suspensivos que nuestra mente rellena con un mítico desenlace mejor de lo que seguramente ningún escritor (ni el propio Bolaño) pudiera escribir, puesto que es sólo una fantasía, una proyección arquetípica de todos los buenos finales que leímos, escuchamos o vimos alguna vez.
Quizás aquí haya que incluir algunos “defectillos” que estoy convencido de que en circunstancias normales, sus editores no hubieran pasado por alto. No digo que esté mal escrito ni mucho menos, es sólo que las concesiones que da un editor suelen ser pocas, y toda la novela intermedia sobre los asesinatos en Sonora está plagada de descripciones asépticas y quirúrgicas de los asesinatos. No sé cuantos habrá porque no los he contado, pero no creo que sean menos de treinta. Por un lado, estas repeticiones añaden un ritmo pausado y extraño. Pero por otro, rompen la dinámica abierta que venía desde el principio del libro: las primeras 600 páginas se leen casi de un tirón. Al llegar a la cuarta parte se hace un poco tedioso, como si cruzáramos el propio desierto de Sonora y buscáramos la orilla de la siguiente parte (la página en blanco con el título en mayúsculas y la sombra de la página que sigue al trasluz).
Aún así, y con este pequeño fallo (y algunos otros que no los veo como fallos sino como concesiones de los editores), acabar 2666 te deja en esa nube mágica y mística de felicidad que te retrotrae a la novela durante las siguientes dos o tres semanas. Hiperrecomendabilisisisísimo, o lo que es lo mismo: 4,5/5

TÍTULO: 2666
AUTOR: Roberto Bolaño
PRIMERA EDICIÓN: 2004
EDITORIAL: ANAGRAMA (colección Narrativas hispánicas)
PÁGINAS: 1128 (Cosido; Rústica)

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